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  • Foto del escritorErnesto Prieto Gratacós

LA FARMACOLOGÍA EMPIEZA EN LA NUTRICIÓN

Tu gripe no se debe a una deficiencia de antibióticos en sangre, ni tu falta de vitalidad se debe a una falta de anfetaminas. Tampoco tu hipertensión se originó por falta de betabloqueantes o diuréticos, ni tu insomnio proviene de un déficit de diazepam. Nuestro organismo es sencillamente increíble en su inteligencia regenerativa, su capacidad para adaptarse y restablecer el equilibrio… siempre que cuente con abundancia de los imprescindibles nutrientes, incluyendo el oxígeno. Pero he aquí que, aunque nos sobra comida, nos faltan alimentos. La exuberante paradoja contemporánea es que estamos simultáneamente obesos y malnutridos. Por otra parte, en los dos últimos siglos, venimos tragando e inhalando una creciente lista de toxinas industriales. Una explotación adecuada de la máquina humana requiere además –como cualquier otra máquina compleja- ciertas condiciones propicias: trabajo físico frecuente, sueño REM, luz solar y contacto personal son requerimientos específicos para la correcta expresión de nuestro diseño genómico. Desde su remoto inicio hace unos 120.000 años, nunca ha tenido nuestra especie tanta abundancia y desarrollo tecnológico como ahora, pero las enfermedades degenerativas avanzan en exponencial aumento. Somos lo suficientemente ricos y sabemos tanto como para diseñar una estupenda salud y, sin embargo, la mitad de los adultos consume al menos una droga farmacológica a diario.


Sin contar el creciente uso de estupefacientes, analgésicos opiáceos y drogas recreacionales duras, la mala costumbre de medicar constantemente los síntomas de cada desorden fisiológico –en lugar de resolver en su origen las deficiencias o desbalances orgánicos- ha convertido nuestra existencia en una pesadilla farmacológica.

De acuerdo con la red norteamericana de Centros para el Control de Enfermedades (CDC), el 48,6% de las personas –incluyendo niños y adolescentes- usan al menos una droga de prescripción, el 24% usa tres o más, y el 13% usa cinco o más (1). La diabetes, la obesidad, la demencia, el estrés, el agotamiento y la depresión crecen rampantes, mientras que la verdadera salud se nos escapa, serpenteando, entre píldoras, pomadas e inyecciones.

A guisa de aclaración, no solo no tengo nada en contra de la farmacología experimental sino que, por el contrario, me encantan las moléculas sofisticadas. Desde que tengo uso de razón me han fascinado las sustancias curativas, los cognotrópicos, las misteriosas recetas medicinales chinas, en suma, los remedios -farmacológicos o alquímicos- descubiertos en la Naturaleza o diseñados por el Hombre. Pero sucede que, desde la perspectiva clínica, los fármacos sintéticos ajenos al organismo (xenobióticos) solo controlan el síntoma, no la patología en sí. Es así que la práctica médica gravita hacia el uso de anti-histamínicos, anti-inflamatorios, anti-piréticos, anti-bióticos, anti-álgicos, anti-glucémicos, etc., y presta poca o ninguna atención a las profundas deficiencias o excesos de las moléculas naturalmente presentes en el organismo. Más allá de que no solucionan el origen profundo o causa primaria de la enfermedad, el problema de los xenobióticos es que, por más específicos que pretendan ser, inexorablemente causan efectos colaterales –esto es, tienen sobre el organismo acciones no deseadas. Irónicamente, esta acumulación de efectos colaterales dañinos es a su vez tratada con nuevos fármacos xenobióticos… perpetuando el general desequilibrio.


Si bien puede ser de inmensa ayuda contar con efectores farmacológicos poderosos, cuyo empleo oportuno salva vidas a diario en hospitales del todo el mundo, en lo que a las enfermedades de la civilización se refiere –cáncer, infartos cardiacos/cerebrales, diabetes, demencia- la verdadera solución no está en estas lucrativas drogas farmacológicas. La salud depende más bien de las sustancias que evolucionaron originalmente con (y dentro de) nuestro organismo, en el extremo opuesto del espectro bioquímico. A dichas sustancias, (como la vitamina D) que han co-evolucionado con los vertebrados, los animales superiores y finalmente los primates por millones de años, y para las cuales nuestras células poseen receptores de membrana, hemos propuesto llamarles autobióticos. Los aminoácidos, vitaminas, ácidos grasos y oligoelementos tienen en nosotros una acción virtualmente perfecta, y su efecto a menudo es pleiotrópico, que es solo un modo elegante de decir que ejercen varios efectos útiles simultáneamente. La razón por la que estos no son vigorosamente anunciados por la industria farmacéutica, ni prescritos por la facción más ortodoxa de la profesión médica, es sencillamente que no son patentables… por lo cual tampoco son rentables.

Si imaginamos una barra horizontal que describe todas las sustancias orgánicas y compuestos químicos que conforman al organismo, desde hormonas, neurotransmisores, jugos gástricos y enzimas, así como las moléculas que ingresan en la dieta o la respiración (agua, proteínas, carbohidratos, vitaminas, minerales, grasas y oxígeno) hasta los condimentos, preservantes, colorantes, drogas recreacionales, tabaco y medicamentos sintéticos, habremos conformado el “espectro bioquímico” de nuestra especie. En el extremo izquierdo del espectro ubicamos a las moléculas totalmente naturales, en tanto que en el extremo opuesto ubicamos los xenobióticos. Tomadas en su conjunto, estas moléculas, y sus interacciones con nuestras células y órganos, constituyen el campo inicial de estudio de la bioquímica y la farmacología. Hace ya seis o siete décadas que se sabe con certeza que “variar las concentraciones de las moléculas normalmente presentes en el medio interno permite controlar el funcionamiento orgánico” (2). Este es precisamente la premisa central del abordaje descrito inicialmente por Linus Pauling, Abraham Hoffer, Otto Warburg, Albert Szent-Gyorgi y Bruce Ames, y luego muchos otros investigadores contemporáneos, incluyendo el autor de este blog (descargar mis artículos científicos).

*Seis categorías de nutrientes (agua, proteínas, minerales, lípidos, vitaminas y oxígeno) son esenciales para la existencia de nuestro organismo. Si bien la medicina ortodoxa aún no alcanza a verlo en profundidad, los primeros "fármacos" que deben considerarse en el tratamiento de las enfermedades son precisamente estas moléculas nutricionales.


Varias decenas de patologías humanas tienen su verdadera causa primaria en deficiencias o excesos de enzimas, hormonas y neurotransmisores (todos los cuales se sintetizan con nutrilitos, es decir, metabolitos nutricionales). Las primeras y más importantes moléculas a comprender (cuya abundancia y calidad determina la salud), deberían ser pues las moléculas nutricionales, en particular aquellas que no podemos sintetizar interiormente y deben ser inevitablemente ingeridas o inhaladas. Agrupadas en seis categorías concretas -Agua, Proteínas, Grasas, Vitaminas, Minerales y Oxígeno (la vitamina invisible)- la lista de sustancias fundamentales para la vida humana y que por fuerza deben incorporarse es la siguiente:


AGUA: Debido a su peculiar configuración atómica (di-polo) el agua es el solvente universal, indispensable para la vida. Mantenerse hidratado es en verdad crucial. El agua es absolutamente esencial para la supervivencia, constituyendo hasta el 60% del organismo humano adulto en reposo. Unos días de reducción drástica de agua pueden provocar enfermedades graves e incluso la muerte. Desde la eliminación de desechos y la regulación de la temperatura, hasta la difusión de moléculas y oxígeno, es un elemento esencial de cada célula.


¿Acaso son los CARBOHIDRATOS un nutriente esencial? Técnicamente, no. Dado que sí podemos fabricar glucosa en el hígado (y en mucho menor medida en los riñones), no podemos en rigor considerar los carbohidratos como esenciales. Varias naciones originarias de cazadores/forrajeros vivieron por milenios sin comer carbohidratos ni una sola vez. Esta capacidad intrínseca de nuestro organismo se conoce como síntesis de novo de la glucosa o gluconeogénesis. El rol ordinario de los hidratos de carbono ingeridos (almidón, fructosa, etc.) es descomponerse en azúcares simples y servir como fuente de energía. Ya sea que se incorpore con la alimentación, o que la fabrique nuestro propio hígado, los carbohidratos son esenciales para el correcto funcionamiento del cuerpo. Aun en el caso de la extrema dieta carnicrudívora de los pueblos del Ártico, la glucemia nunca es inferior a 50 mg/dL. Los carbohidratos se descomponen en glucosa, que es uno de los dos combustibles esenciales de los animales superiores. En ausencia de otras fuentes energéticas, los carbohidratos ingeridos también garantizan que el cuerpo no desmantele las proteínas estructurales (músculos y órganos) para obtener energía, evitando la pérdida de tejidos vitales.

PROTEÍNAS: Como nos recuerda Osumi Yoshinori, “La vida es un continuo equilibrio dinámico entre la degradación y la síntesis de proteínas.” La continua transferencia de energía y sustancia que sostiene a los seres vivos depende enteramente de las proteínas, de las cuales los humanos probablemente tenemos entre 98.000 y 200.000 tipos funcionales específicos[1] en nuestro organismo. En consecuencia, adquirir la materia prima para construirlas es fundamental para la existencia. Estas complejas sustancias están formadas por aminoácidos, que como ladrillos se unen para construir el edificio proteico. Como te imaginarás, las proteínas son indispensables en la formación de músculos y órganos y para sintetizar hormonas (mensajeros químicos del cuerpo) y también enzimas (aceleradores biológicos). La provisión nutricional de estos “ladrillos” orgánicos es no solo indispensable para el funcionamiento normal, sino crucial durante el embarazo, la infancia y la madurez, tres momentos de la vida en que es especialmente útil apoyar la ingesta nutricional y compensar cualquier deficiencia. En la Naturaleza se han aislado unos 900 aminoácidos en total, pero nuestro organismo usa solo 20 aminoácidos específicos para construir proteínas. De estos, nueve son esenciales, lo que significa en este contexto que no pueden ser sintetizados a partir de otros ya presentes en nuestro organismo, y deben por tanto ser ingeridos en la dieta. Los 9 aminoácidos esenciales son: Histidina, Isoleucina, Leucina, Lisina, Metionina, Fenilalanina, Treonina, Triptófano, Valina.


[1] Siguiendo la hipótesis de "un gen = una proteína", debería haber al menos ~20.000 proteínas humanas no modificadas (canónicas). Teniendo en cuenta los productos de empalme alternativo (AS), los que contienen polimorfismos de un solo aminoácido (SAP) que surgen de polimorfismos de un solo nucleótido no sinónimo (nsSNP), y los que se someten a PTM, hasta 100 proteínas diferentes pueden potencialmente producirse a partir de un solo gen.


Es en este punto donde la cuestión de la correcta dieta humana se vuelve más compleja. Resulta que las proteínas provenientes de tejidos animales (músculos, órganos o leche) proporcionan todos los aminoácidos esenciales, teniendo además concentraciones relativas adecuadas. En cambio, las proteínas vegetales pueden carecer de varios de estos elementos esenciales o tenerlos en cantidades dispares, por lo que su aprovechamiento es escaso. Así, el grado de utilización de las proteínas de origen vegetal difiere mucho del de las proteínas animales. En otras palabras, aun si ingerimos cantidades semejantes de ambas, el grado de aprovechamiento de la proteína animal ingerida será muy superior. Para asegurarse de obtener todos los aminoácidos esenciales en la proporción y cantidad adecuada para nuestra especie, incluye una variedad de proteínas en la dieta, como órganos, huevos, lácteos, nueces, sésamo y otras semillas oleaginosas.

GRASAS: Las grasas constituyen una categoría de nutrientes esenciales que literalmente arman las membranas de nuestras células, además, tanto como el 60% del cerebro es grasa. Los ácidos grasos primarios Alfa-linolenico (ALA) y Linoleico deben ser incorporados con la alimentación. Su presencia en la dieta permite la absorción de vitaminas, regenera los nervios y ayuda a proteger los órganos. Sin duda, algunos tipos de grasas son perjudiciales para el organismo, en particular los aceites vegetales poliinsaturados de soja, maíz, girasol, altamente oxidables y proinflamatorios. Las grasas trans, que se encuentran en los alimentos procesados ​​y la bollería comercial, dañan el interior de los vasos sanguíneos, aumentando el riesgo de enfermedades cardíacas. En el contexto fisiológico adecuado, esto es, con suficientes vitaminas antioxidantes y niveles bajos de glucosa e insulina, las grasas constructivas que la Humanidad ha consumido por milenios, reparan el cerebro, la piel y los órganos, sin producir daño vascular alguno. Estas grasas de buena calidad se pueden encontrar en nueces, aguacates, pescados y animales terrestres debidamente alimentados (free range). Se ha descubierto por otra parte que una clase especial de grasas, los ácidos grasos omega-3, combaten la inflamación, optimizan el cerebro y apoyan a la función cardíaca. A diferencia de otros ácidos grasos, el organismo humano no puede crear omega-3 por sí mismo a partir de otros lípidos –la definición misma de esencialidad- por lo que es indispensable tener fuentes de este en la dieta. El salmón, la caballa y las sardinas contienen ácidos grasos omega-3 ya biodisponibles, que no requieren mucha energía para su aprovechamiento. Las fuentes vegetales incluyen semillas sésamo, lino y diversas nueces. Estos alimentos contienen una forma inactiva de omega-3 que tu organismo debe "humanizar" antes de poder usarla, lo cual solo se logra en pequeñas cantidades. Si sigues una dieta restrictiva, incorpora suplementos a base de aceite de pescado o algas.


VITAMINAS: Como ya hemos explicado in extenso, las vitaminas son compuestos orgánicos que actúan como facilitadores de las reacciones bioquímicas dentro de las células, es decir, son catalizadores biológicos. Mientras que la carencia absoluta de cualquiera de las vitaminas esenciales causa una espantosa muerte, su deficiencia en la dieta puede acarrearse por muchos años, generando enfermedades de todo tipo, desde patologías metabólicas, infecciosas o psiquiátricas, hasta patologías cardiovasculares y tumorales. Las vitaminas esenciales son: Vitamina A, Vitamina C, Vitamina D, Vitamina E, Vitamina K y todas las Vitaminas B (tiamina, ribloflavina, niacina, folato, pantotenato, piridoxina, cobalamina, biotina, colina). La vitamina A es vital para la función de la piel y la retina, mientras que la vitamina C es absolutamente indispensable en la estructura de los cartílagos, todo el tejido conectivo o “cemento” celular que da consistencia a nuestros tejidos y órganos, además de la estructura ósea y muscular. El Sistema Inmune se inutiliza por completo sin vitamina C. Sin la vitamina K, nos desangraríamos tras sufrir un corte o un desgarro interno, pues la coagulación depende de ella. Por su parte, la vitamina D es infaltable en el desarrollo (y posterior mantenimiento) de los huesos, la médula, así como la función cardiovascular, nerviosa e inmunológica. Como prueba de su inmensa importancia, basta considerar que todas las células del Sistema Inmune poseen en sus membranas receptores VDR (Vitamin D Receptor), y que sin niveles abundantes de esta vitamina –superiores a 40 ng/mL- tanto la inmunidad innata como la adquirida resultan devastadas.


Salvo que se consuma la totalidad del animal (tomando incluso partes enteramente crudas como el hígado y las mollejas) ningún alimento común proporciona todas las vitaminas, oligoelementos y lípidos esenciales en cantidad suficiente. Se necesita por lo tanto una dieta diversa. En el caso de estar siguiendo una dieta restrictiva de cualquier clase, no hay nada de malo en tomar un suplemento multinutricional para llenar los vacíos. Es inconcebible tener nada parecido a una buena salud sin los micronutrientes que estamos describiendo, y debes recordar que en muchas enfermedades, es la ausencia de nutrientes –no de fármacos- la causa patológica primaria.


MINERALES: Como no podía ser de otra forma, dado que la vida orgánica evolucionó encima de una enorme roca, los minerales son otra categoría de micronutrientes esenciales, y cada uno de estos oligoelementos cumple funciones cruciales en la célula. Los minerales requeridos por el organismo son todos esenciales ya que no podemos sintetizar ninguno. Ellos son: sodio (Na), potasio (K), Hierro (Fe), magnesio (Mg), zinc (Zn), fósforo (Ph), calcio (Ca), cobre (Cu) y, probablemente, manganeso (Mn) y varios otros cuya función no está clara. El calcio es esencial para la salud ósea, la función muscular y nerviosa y la circulación. El 99% del calcio del cuerpo se localiza en los huesos y los dientes. El calcio se encuentra en productos lácteos, verduras de hoja verde y pescados como las sardinas y el salmón. El sodio es otro nutriente esencial que se ha ganado una mala fama, pero mantiene nervios y músculos funcionando correctamente. El cloruro de sodio (la sal de mesa) debe consumirse con cuidado. Se puede encontrar naturalmente en nueces, verduras, carnes y legumbres, pero la ingesta debe limitarse a alrededor de una cucharadita de sal. Los Inuit, jamás usaron sal hasta la llegada de los europeos, así que obtenían sodio y cloro directamente de los tejidos animales que comían. Entre otras muchas razones, conviene evitar los alimentos procesados, congelados y enlatados precisamente por su alto contenido de sal y azúcar.


Como has visto, la vida humana se sostiene gracias a unos 40 nutrientes absolutamente indispensables e infabricables (ergo, esenciales) y muchos otros nutrientes semi- o condicionalmente esenciales. Son ellos pues, el fundamento de la salud, e intentar enderezar nuestro organismo malnutrido solo con fármacos, es sencillamente una estrategia incorrecta.


Ernesto Prieto Gratacós

Laboratorio de Ingeniería Biológica


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