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INMUNOSENESCENCIA

Actualizado: 17 dic 2022

Imagina que es ahora el otoño del 2027. Hace ya tres años que nadie menciona siquiera la pandemia originaria de Wuhan. Las circunstancias han vuelto a ser lo que eran cada temporada invernal a lo largo de las últimas décadas. Como de costumbre, en los seis meses siguientes, decenas de miles de personas susceptibles fallecerán en hospitales, asilos de ancianos y hogares particulares, como consecuencia de complicaciones (por infecciones bacterianas oportunistas) de la gripe estacional de turno. Sea por el virus que sea, la muerte por neumonía de origen gripal ha sido, es y será, una muerte horrible.

Cuando -con toda deliberación- nos referimos al coronavirus más reciente como “la gripe de Wuhan”, no debe interpretarse en ningún modo que sugerimos se trata de un simple resfrío. Tres intensas décadas de trabajo en ciencias de la salud nos han mostrado más experiencias de muerte por infección respiratoria de las que deseábamos ver. Aunque no habían recibido nunca semejante cobertura de prensa, las gripes son un permanente azote de la Humanidad. Lo que intentamos mostrar es que, aun si mágicamente eliminásemos en este mismo instante el presente patógeno, la situación permanecería esencialmente la misma: todas las temporadas gripales causarán muchos centenares de muertes por millón de habitantes en cada región. ¿Qué esperamos para resolver la verdadera causa primaria de este fenómeno?


En medio del actual zafarrancho sanitario, es una extraña circunstancia el hecho de que el célebre coronavirus sea especialmente mortífero para los ancianos… pero nadie explique porqué. A pesar de que la mortalidad por SARS COV 2 (COVID-19) ocurre preponderantemente en las personas mayores, o dicho de otro modo, a pesar de que la probabilidad de morir por complicaciones de la infección respiratoria crece geométricamente con la edad, y más del 98% de las muertes ocurre en personas con groseras deficiencias de vitamina D (<10mg/dl!), la narrativa oficial sigue enfocada en medidas externas de mitigación, sin mención alguna del fortalecimiento inmune.


Ya nos hemos referido antes a la radical diferencia entre una visión patógeno-céntrica (aquella que gira obsesivamente en torno al factor de reproducción (R0), intervenciones no farmacéuticas o NPIs y vacunas) y una visión inmunocéntrica, cuyo énfasis está en intervenciones nutri-farmacológicas y técnicas de rehabilitación metabólica para devolver su robustez inmune a las personas en riesgo. Las diferencias entre la competencia inmune de una persona joven y una persona mayor son notorias, en lo fundamental debido a un fenómeno conocido como inmunosenescencia. Como el término sugiere, se trata precisamente del envejecimiento del sistema inmunológico.


En el plano estructural, las barreras físicas conformadas por el tapiz epitelial de los bronquios/pulmones, el tracto digestivo y la piel misma, se debilitan notablemente, haciéndonos más susceptibles a las invasiones patógenas. Nuestro experimentado ejército celular, los glóbulos blancos (macrófagos, células dendríticas, linfocitos T y B, etc.), declinan en número y eficacia en el organismo que envejece. A medida que se hace menos eficaz la “búsqueda y captura” de microorganismos o cuerpos extraños, aumenta la susceptibilidad a infecciones virales por rinovirus, influenza virus, coronavirus, etc. que pueden progresar mucho más rápidamente, complicándose en neumonía bacteriana. La inmunosenescencia no solo afecta la capacidad del sistema inmunológico para repeler o neutralizar microorganismos, sino que también debilita la respuesta hormética del organismo frente a las vacunas, que se tornan entonces notablemente menos efectivas en los adultos mayores.


Fig.1 La inmunosenescencia, progresiva declinación de la función inmune con la edad, es un serio factor de deterioro en la calidad (y cantidad) de vida para la población adulta del planeta, que progresivamente se hace más añosa. El declinar de los atributos del Sistema Inmune en función de la edad, no solo predispone a sucumbir frente a agentes infecciosos que apenas perturban a individuos jóvenes, sino que vuelve progresivamente inútiles las estrategias de vacunación en ese sector demográfico. Por fortuna, dichas deficiencias del S.I. no son irreversibles, y existe creciente evidencia de la intervención meta-nutricional restaura la competencia inmune.


La literatura científica de los últimos veinte años contiene creciente evidencia de que la inmunosenescencia ocurre en paralelo con el envejecimiento biológico y puede, por tanto, ser revertida. Un uso muy específico de ciertos nutrientes, el reemplazo hormonal y diversas técnicas tales como el baño sauna y entrenamiento de potencia, permite vigorizar el sistema inmunológico de las personas mayores. En el caso de los suplementos, tanto por la selección como por la dosis, estas técnicas no son precisamente alimentarias sino más bien farmacológicas. Aunque consisten primariamente en vitaminas, aminoácidos, oligoelementos y ácidos grasos, hablamos entonces de un uso meta-nutricional.


Atresia del TIMO

Una de las señales más claras de envejecimiento inmune es la involución del timo, la glándula ubicada detrás del esternón en medio del pecho. Siglos atrás, al timo se lo asociaba con la facultad de ser decisivo –quizá por su cercanía al corazón- siendo este el origen de las palabras timorato y tímido. El timo tiene funciones muy específicas relacionadas con el Sistema Inmune, concretamente con la capacitación de los linfocitos T, y sufre una progresiva involución física, denominada “atresia”, a medida que declinan los niveles juveniles de hormona de crecimiento (STH). Hasta aproximadamente los 20 años de edad, más del 80% del timo está compuesto por tejido linfoide. Con los años –en realidad, con la declinación neuroendocrina- dicha proporción decrece linealmente hasta que, a partir de los 40, apenas unas fracciones minúsculas del timo permanecen activas. La pérdida de tejido linfoide parece ocurrir a nivel del epitelio tímico porque, en ratones, un timo joven puede prosperar cuando se injerta en un huésped viejo, lo que indica que los progenitores de células T son activos en la médula ósea envejecida.