Una acción fundamental a tomar frente a las epidemias virales ha sido, es y será, el fortalecimiento del Sistema Inmune por medio de las moléculas responsables de su potencia germicida. Como hemos demostrado desde el inicio de la crisis sanitaria, dichas sustancias son precisamente los nutrientes inmunoesenciales: vitamina D, ascorbato, zinc y selenio. Teniendo los nutrientes necesarios, las dos fases de nuestra formidable respuesta inmunitaria -innata y adquirida- han prevalecido durante milenios contra virus bacterias y hongos. El inmenso éxito de nuestra respuesta inmunitaria está firmemente establecido en la evidencia científica disponible y es enteramente congruente con la lógica de la biología evolutiva (1,2). No una, sino cientos de miles de veces, la especie humana ha hecho frente con éxito al constante embate de microorganismos invasores, ya fueran habituales o novedosos. El carácter cíclico de las epidemias virales (registrado hace ya décadas en epidemiología) no se debe a una misteriosa conducta de los virus mismos, sino al ascenso y declinación de los nutrientes disponibles para las poblaciones humanas. Las “olas” epidémicas son reflejo directo del cambiante estatus inmunitario de las poblaciones, el que a su vez depende de su estatus nutricional y metabólico.
Fig.1 Fluctuación estacional de la incidencia de gripe e influenza. Este fenómeno cíclico no tiene nada que ver con el virus en sí mismo, sino con el ascenso y descenso del estatus nutricional de las poblaciones humanas.
Cada temporada invernal trae una “ola” de malnutrición de intensidad variable, con picos máximos cada cierto número de años. Este oleaje ha estado siempre y lo seguirá estando, mientras no se tomen medidas alimentarias, conductuales y farmacológicas para contrarrestarlo. Este libro nació de la intención de dar instrucciones precisas de como implementar esta estrategia y una selección de casi 300 artículos científicos que la fundamentan. No es el temor sino la acción racional lo que permitirá retomar la normal productividad que nuestra sociedad necesita. Quienes insisten en el discurso alarmista anunciando a diario una segunda ola y nuevas cepas mutantes, parecen ignorar las bases de la epidemiología y la biología molecular o bien mienten deliberadamente al servicio de intereses económicos y políticos. En los artículos referenciados arriba se describe cómo “seis clases de Coronavirus Humanos (HCoV) han sido identificados previamente, incluyendo el HCoV-NL63 y el HCoV-229E, pertenecientes al genus Alphacoronavirus, así como el HCoV-OC43, el HCoVHKU1, el SARS-CoV (Síndrome Respiratorio Severo Agudo) y el MERS CoV (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente), pertenecientes al genus Betacoronavirus.” La razón por la que citamos dicha descripción es para dejar claro que los coronavirus están hace mucho entre nosotros, y nuevas variantes aparecen continuamente.
Fig.2 Luego de tres años de manipulación mediática y coerción gubernamental, es evidente que las gripes virales deben ser encaradas desde el fortalecimiento nutricional del sistema inmunitario y con un continuo diálogo científico.
La Humanidad cuenta ya casi 8000 millones de habitantes, al tiempo que los animales que se crían para la industria alimenticia se cuentan en decenas de miles de millones. Por esta razón, la probabilidad matemática de mutaciones en uno o varios genes, que les confieran a un virus características necesarias para infectar a los humanos, son cada vez más altas. Cada uno de los casi cincuenta especialistas con que hemos conversado admite -al menos en privado- que el Sistema Inmune es la clave del éxito. Al mismo tiempo, todos concuerdan con que, dada la alta prevalencia y distribución de los coronavirus en los animales cercanos a nosotros, su inmensa diversidad genética, la frecuente recombinación de sus genomas y la creciente interacción entre la especie humana y el resto del Reino Animal, es de esperar que nuevos coronavirus salten periódicamente cada vez con más frecuencia hacia nuestra especie. La suplementación sistemática de la población es la medida más eficaz, segura y costo-efectiva posible para hacer frente a los centenares de virus diversos que pululan entre nosotros.
Ciclo estacional de la gripe y su nexo con las vitaminas
La noción de que las infecciones respiratorias virales recrudecen con el otoño-invierno y se disipan con la primavera-verano ha sido establecida en la epidemiología de la influenza y otras gripes y neumonías estacionales desde hace mucho. No es ningún secreto que los niveles de vitamina D declinan rápidamente con la desaparición de los días soleados, al tiempo que la nutrición deficiente impide compensar su declinación. Otro tanto sucede con los niveles de vitamina C en el plasma sanguíneo a medida que recrudece el invierno y declinan las fuentes de alimentos frescos, fuente de vitamina C, Zinc y Selenio. Si bien recibió una vigorosa oposición al principio de la pandemia por parte de varias sociedades académicas, de la industria y de los medios –lo que realmente inclina a pensar en una mezcla de desinformación e intereses comerciales- la vitamina D ha emergido triunfante en la literatura científica relacionada con COVID-19. En efecto, a la fecha de esta publicación, la base de datos PubMed.gov registra más de 450 artículos científicos sobre el rol positivo de los niveles de vitamina D en la incidencia, la severidad y la mortalidad por COVID-19.
Fig.63 Incidencia de gripes y catarros bajo suplementación con 2000 unidades diarias de vitamina D durante todo un año. Nótese cómo la incidencia de gripe es 10X mayor en el grupo no suplementado con vitamina D (placebo). Fuente: "Incidence of Colds/Influenza After 2000 IU Vitamin D Daily for One Year. J. Cannell, B. Hollis. 2008"
Lamentablemente, los niveles de 25-(OH)-D en sangre presentes en las poblaciones urbanas son muy bajos, a menudo deficitarios en extremo. El grueso de las muertes por COVID-19 ocurrió en personas que, por desgracia, tenían niveles catastróficamente bajos de calcefidiol, la forma activa de la vitamina, incluso desde la perspectiva más ortodoxa. Haciendo caso omiso de la información científica ya establecida, la mayoría de los profesionales médicos consideran como “sano” un nivel de calcefidiol en torno a 20 ng/dL, por la sencilla razón de que dicho número se encuentra dentro del rango de distribución normal de la población, que tiende a ubicarse entre 15 ng/mL y 30 ng/mL. Pero normal no es sinónimo de bueno. Desde una perspectiva nutrigenómica, la cantidad óptima de vitamina D congruente con la historia evolutiva de la especie humana es aquella a la que se arriba tomando abundante sol o comiendo abundantes alimentos grasos de calidad.
La estacionalidad de las epidemias de influenza y gripe tiene un nexo causal con las vitaminas D y C, pero las recomendaciones nutricionales continúan siendo injustificadamente bajas, ignorando toda la evidencia epidemiológica, bioquímica y antropológica a favor de niveles diez veces más altos. Que la mayoría de la población tenga niveles bajísimos de vitamina D no es nada bueno, aunque se haya convertido en el hecho más frecuente, es decir, en lo normal. La deficiencia generalizada de vitamina D tiene proporciones epidémicas (nunca mejor dicho), en especial, en las latitudes donde la incidencia de los rayos solares es más escasa, y más aún entre las personas de piel oscura. Otro tanto sucede con la vitamina C, cuya deficiencia generalizada en la población se ve agravada además por la hiperglucemia crónica (la glucosa elevada induce la excreción urinaria de ácido ascórbico). La paradoja alimentaria de la sociedad contemporánea, la malnutrición hipercalórica que caracteriza a más de la mitad de la población, tiene correlación directa y proporcional con la severidad y mortalidad de las epidemias virales.
Un inmenso cuerpo de evidencia obtenido en los últimos veinte años muestra de manera inequívoca que el rango óptimo de dicha vitamina está muy por encima de los 40 ng/mL, concentración que, por otra parte, se consigue con facilidad al exponerse a una hora de sol perpendicular varios días seguidos. Numerosos estudios (y nuestra propia experiencia clínica sobre más de 3.000 pacientes) han demostrado que es posible obtener –y sostener con seguridad- niveles de entre 60 y 90 nanogramos/mililitro por medio de la suplementación adecuada de vitamina D, en el rango de las 5.000 a 10.000 IU diarias, tomadas con alimentos grasos.
Ernesto Prieto Gratacós
Laboratorio de Ingeniería Biológica
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