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  • Foto del escritorErnesto Prieto Gratacós

MÁS ALLÁ DE LA RESERVA DE GLUCÓGENO

Mientras circulen en sangre los azúcares, grasas y aminoácidos de la más reciente comida... el ayuno no ha empezado. La hora cero o momento inicial del estado de ayuno, se ubica entre 4 y seis horas después de tu última comida. Comenzar a sentir hambre, sin embargo, no significa tampoco que ya se esté produciendo autofagia.


La activación del ancestral programa de supervivencia y reciclaje proteico que denominamos autofagia regenerativa, solo comienza cuando el organismo confronta un déficit calórico del orden de las 1.700 a 2.700 kilocalorías diarias, por varias jornadas consecutivas. Para personas con un Indice de Masa Corporal (IMC) superior a 28 kg/m2, suelen ser necesarias 72 horas de inanición absoluta y actividad física normal para llegar a barrer con las reservas hepáticas y musculares de glucógeno. Esto es más que evidente en las mediciones de cetonemia, y en particular el ratio o proporción cetonemia:glucemia, que no supera la cifra de 0.4 hasta bien adentrado el ayuno profundo.


Si bien tejidos como la retina, mantienen un reciclaje proteico continuo -autofagia intrínseca- la mayoría de los órganos nobles, como el cerebro y el hígado no entran en verdadera autofagia hasta despues del agotamiento sistémico de las reservas de glucógeno. Por otra parte, la restricción calórica severa es hasta el momento la única intervención biogerontológica efectiva y reproducible para incrementar la longevidad máxima.


Experimentalmente, se trata de un sencillo protocolo, fácil de reproducir y aplicable a infinidad de especies. En realidad, dicha restricción calórica es el único método que ha objetivamente producido una disminución sustancial de la mortalidad por toda causa, un aumento radical de la longevidad máxima, y un incremento del tiempo de vida promedio. Como su nombre lo sugiere, la restricción calórica consiste precisamente en disminuir la cantidad de alimento diario en aproximadamente una tercera parte del monto calórico de una dieta ad libitum.


Una alternativa a esta sutil restricción crónica diaria (que demanda comer pobremente cada dia por el resto de la vida) es el ayuno profundo -tres días o más- practicado de modo periódico a intervalos irregulares. La alimentación espontánea -alimentarse a satisfacción en los días normales- combinada con periodos específicos de total inanición, es un método mucho más llevadero y probablemente más poderoso.



En los últimos veinte años, tras haber realizado en nuestro laboratorio varias decenas de miles de observaciones de ingreso y egreso en el territorio de la cetosis fisiológica en humanos (ratio keto : glu ≥ 0.4), nos hemos convencido de que la restricción profunda y abrupta es superior a la restricción leve y sostenida.


Desde una perspectiva biogerontológica, la importancia de un abordaje cuantitativo es innegable. La prolongación de la vida solo sucede en el contexto de una importante restricción vitalicia del monto calórico ingerido, aun cuando la calidad de la dieta sea óptima. Un flagrante ejemplo es el de los pueblos del Ártico, quienes a pesar de haber sostenido por milenios una dieta cetogénica absoluta típica de cazadores, con frecuentes periodos de escasez e innanición, alcanzaban una longevidad máxima equivalente a la de los glotones y enfermos europeos de la misma época. El asunto, claro está, es que los Inuit necesitaban gastar unas 7.000 kilocalorías por día debido al frio… por lo cual sus vidas se agotan antes.


Hay una aparente contradicción entre los reportes sobre longevidad en humanos en eras pasadas y las estimaciones que se han hecho sobre la edad promedio que alcanzaban nuestros ancestros. Por lo que hemos podido determinar, en el pasado se registraban casos de muy avanzada longevidad. Sucede, empero, que las enfermedades infecciosas daban cuenta casi enseguida (entre los 0 y los 7 años) de un porcentaje muy alto de la población. En Europa, la mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos era altísima e incluso la mortalidad materna era sumamente frecuente (6 de cada cien madres morían tras dar a luz en 1850).


En el transcurso de su pubertad moría también gran cantidad de personas. Como resultado, tenemos tendencia a pensar que la duración máxima de la vida (máximum lifespan) ha crecido muchísimo, pero no es cierto. Es posible incluso que debido a condiciones ambientales especiales y a ciertos conocimientos, algunas personas hayan alcanzado en el pasado edades que hoy nos parecerían absolutamente increíbles.


Fig.1 La Drosophila Melanogaster, corrientemente llamada mosca de la fruta, ha sido la especie más usada en los cientos (sino miles) de experimentos reportados sobre prolongación de la vida por restricción nutricional.



La introducción de medidas sanitarias, agua potable, alcantarillas, mejores servicios de salud, el descubrimiento de las sulfas y antibióticos, así como la técnica industrial de fortificar los alimentos con vitaminas y antioxidantes, ha incrementado la edad promedio de la raza humana. Pero nosotros queremos mucho más: buscamos técnicas para prolongar radicalmente nuestra juventud y nuestra longevidad máxima[1].


¿Qué es, entonces, la restricción calórica?


Pues bien, desde hace unos ochenta años se sabe que las ratas, hamsters, perros y otros mamíferos, experimentan una marcada prolongación de su longevidad máxima con una dieta que contenga sólo dos tercios de las calorías que comerían si se les dejara alimentarse libremente (ad libitum). Cuando la restricción se inicia antes de la pubertad, el promedio de vida de los grupos estudiados se incrementa en un 65% y la longevidad máxima se incrementa en un 50%. Esto se debe a razones descritas en blogs y conferencias anteriores. Descontando este particular efecto, que involucra la función reproductiva, parecería que cada ser vivo tiene asignada una cuota de alimento fija, finita, para su vida entera. En consecuencia, aquellos que la consumen lentamente, viven más. El (o los) mecanismos por los cuales la restricción calórica severa logra tan espectaculares resultados no están aun del todo claros. Los efectos sin embargo son siempre contundentes:


- Apariencia juvenil

- Bajos índices de glucemia en sangre

- Menor atresia (encogimiento) del timo

- Conservación de la eficacia en la reparación del ADN

- Menor formación de tumores

- Oxidación más completa de los ácidos grasos

- Incremento cíclico de los cuerpos cetónicos

- Menos grasas peroxidadas en las membranas celulares

- Menor degeneración (entrecruzamiento proteico) del colágeno

- Menos grasa corporal y mayor sensibilidad a la insulina

- Niveles reducidos de citoquinas pro-inflamatorias


Disminuir la ingesta calórica ha mostrado invariablemente numerosos beneficios para la salud, mediados quizá por el incremento de la sensibilidad a la insulina, mejor resistencia al estrés, menor morbilidad e incremento de la longevidad. Los mecanismos celulares permanecen desconocidos, pero se da por sentado que es necesaria la disminución del aporte de calorías.


Sorprendentemente, los ratoncitos C57BL-6 que han sido mantenidos en un régimen de ayuno total alternado (día por medio, es decir 24 x 24) muestran iguales beneficios a pesar de no disminuir su ingesta calórica total ni perder peso corporal. Es decir, los verdaderos ayunos, en jornadas intercaladas, producen efectos que igualan o incluso superan los de la restricción calórica clásica, incluidas la disminución de la glucemia e insulinemia y la mayor resistencia de las neuronas al estrés excitotóxico. Los ayunos totales superiores a 48 hs, practicados intervalos periódicos, reproducen estos mismos efectos independientemente del aporte calórico mensual.

[1] En la jerga de las estadísticas demográficas se distinguen dos conceptos: mean life-span (edad promedio alcanzada por los individuos de un grupo) y maximum life-span (edad más alta registrada en un individuo en particular). Se considera (2021) que la expectativa de vida al nacer actual en países desarrollados es de unos 78 años. La edad más alta registrada en un humano –demostrable por documentos de identidad, registros de natalidad, etc.– es de 122.4 años, perteneciente a la señora suiza Jeanne Calment. Con cuidadosos análisis estadísticos se ha determinado que la longevidad máxima está aumentando a un ritmo del 1% cada década. No, gracias, mejor vamos a intentar el método acelerado.


Ernesto Prieto Gratacós

Laboratorio de Ingeniería Biológica


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