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CRONODISRUPCIÓN

Sin que podamos escucharla, una inmensa orquesta viviente vibra continuamente en lo profundo de nuestro cuerpo, y en torno nuestro. Desde el principio mismo de la vida en los océanos, todos los organismos han estado expuestos sin cesar al redoble de estos tambores cósmicos: el ritmo circadiano, el ritmo lunar, el ritmo circanual… e incluso ciclos más largos (y menos conocidos) como el ciclo de actividad solar que dura 11 años y la nutación del eje planetario. Todos los seres vivos, sean bacterias, hongos, plantas o animales, llevan dentro suyo un reloj biológico, de base molecular, que dicta el ritmo de sus actividades. Si bien la existencia de los relojes biológicos se ha demostrado experimentalmente hace mucho, su propósito era menos claro (1). En nuestra apreciación, el más probable rol fisiológico de este mecanismo interno es anticipatorio, permitiendo a los organismos adelantarse a las circunstancias ambientales, y optimizar así sus recursos y su energía. Al anochecer, previendo que se acerca el descanso nocturno, el organismo segrega melatonina para comenzar a ralentizar los ritmos corporales y garantizar la transición hacia el modo de reparación orgánica (anabolismo). Cuando se perciben los primeros signos naturales del amanecer, la producción de melatonina cesa, al tiempo que asciende –como una marea activadora- la secreción de cortisol. El resultado es una gradual preparación para la fase activa (catabolismo) en procura de refugio, alimento y oportunidades de reproducción (2).


Fig.1 Ritmos circadianos de secreción de cortisol, con un cenit entre las 8 y 9 am, y un nadir entre las 23 y las 01.

Con funciones análogas a las de un director de orquesta, parece haber un reloj maestro que imparte el ritmo... un oscilador circadiano central. En efecto, se encontró que una diminuta región del cerebro –no mayor a 1 mm3- es responsable de interpretar los estímulos luminosos y poner “en hora” a todos los demás órganos. Es aquí donde la cuestión se hace más compleja, ya que virtualmente cada órgano tiene su propio reloj molecular que le indica cuándo activarse y cuándo entrar en reposo. A todos los otros relojes del organismo se les ha denominado osciladores periféricos (x). En nuestra especie, como en todos los animales superiores, el efector principal la inducción de la regeneración nocturna es la melatonina. Esta hormona del sueño no es ninguna novedad evolutiva, ya que está conservada en bacterias, hongos y plantas, regulando unos 500 genes involucrados en el metabolismo energético.


Funcionar a contramarcha de los ritmos biológicos naturales no solo afecta la inteligencia y la productividad, sino que causa serias disrupciones orgánicas, predisponiendo a patologías degenerativas como el síndrome metabólico, el cáncer y el deterioro cerebral (Alzheimer, Parkinson, demencia senil). Pero resulta que la melatonina tiene propiedades antioxidantes sobre las membranas celulares y protege a las mitocondrias, por lo cual su uso suplementario no solo ayuda a restablecer nuestros ritmos circadianos internos sino que tiene efectos regenerativos y protege de las enfermedades antedichas. Como era de esperar, la melatonina está elevada en las personas no-videntes, una fracción de las cuales nunca recibe los estímulos lumínicos[1] que normalmente detienen la conversión de serotonina en melatonina. Interesantemente, si conservan intactos sus globos oculares –aunque ya no sean capaces de ver porque se ha afectado su retina- las personas ciegas pueden aun percibir cambios fuertes de la iluminación ambiental por medio de un receptor ultraespecífico llamado melanopsin, lo que quizá explique porqué los ciegos tienen una menor incidencia de cáncer.

Fig.2 Una de las más contundentes pruebas del daño causado por la cronodisrupción es el jet lag o descompensación horaria, producida al viajar en avión a otras latitudes.


Con toda seguridad, la cronodisrupción acentúa –o directamente ocasiona- diabetes, obesidad, inflamación, hipoxia celular, disfunción mitocondrial y un estado continuo de alarma biológica inducida por los niveles crónicamente elevados de cortisol. Hay que tener presente que la continua sobre-expresión de esta hormona del despertar controla casi un 15% del genoma, induciendo gluconeogénesis e inmunosupresión.

Restablecer el tempo de nuestro organismo requiere simplemente sincronizar nuestras actividades con las pautas lumínicas que nos dan el dia y la noche, ya que esto se integra de inmediato en una diminuta fracción de nuestro cerebro denominada Núcleo Supra-Quiasmátio o NSQ. Los relojes neuronales gobernados por el NSQ se ajustan en ciclos aproximados a la duración del día (22-26 horas), en tanto que los demás ciclos diarios del organismo como el metabolismo hepático, renal, la temperatura corporal, el tono muscular y las secreciones hormonales tienen relojes menos precisos, que se ajustan por estímulos no lumínicos -como el alimento- por lo que requieren ajuste o sincronización frecuente. Cuando sufrimos jet lag, no solo estamos cansados, sino que estamos virtualmente enfermos. Esto es comprensible si se considera que la melatonina controla el estrés oxidativo, teniendo un papel clave en la salud mitocondrial y el mantenimiento del estado neuronal óptimo, por lo que contribuye a la prevención de la demencia senil. Existe sólida evidencia epidemiológica indicativa de que los tumores aparecen, se desarrollan y metastizan con mayor facilidad en sujetos expuestos regularmente a luz intensa durante la noche, debido a su profesión, lo que impide la correcta secreción de melatonina. Hay que considerar que la preparación fisiológica para un descanso nocturno adecuado comienza tres horas antes de acostarse (normalmente a la caída del sol). Así, mantener una buena higiene del sueño y adaptar las pantallas para evitar la luz azul es útil para preservar nuestra secreción de melatonina el mayor tiempo posible. Es interesante que la melatonina parece inhibir muchos de los mecanismos proliferativos que utilizan las células cancerosas y mejora la sensibilidad a la quimioterapia.