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  • Foto del escritorErnesto Prieto Gratacós

ELOGIO DE LA ROBUSTEZ.

En nuestro incosnciente, la redondez femenina se asocia a la fertilidad, y la potencia masculina se asocia a la anchura. Hasta hace pocas décadas, entre todos los pueblos de Asia, África y Oceanía, así como entre los inmigrantes de origen humilde establecidos en las Américas, la robustez se ha considerado un signo de bonanza, de éxito. No es de extrañar, dado que el hambre ha azotado a los humanos por milenios, y la gente pobre era usualmente muy delgada. Tras las hambrunas de la primera mitad del Siglo XX, con la eclosión económica de la post-guerra, acceder a la ansiada abundancia de alimentos fue cada vez más fácil. Antes de espantarte con la idea de la obesidad, considera que la capacidad de engullir grandes cantidades de comida recién cazada o recolectada, y engordar lo suficiente, fue una habilidad crucial de nuestros ancestros para sobrevivir los durísimos inviernos de la era glacial. Así, sufrir hambre, desnutrición y agotamiento, debilitaba el sistema inmune y propiciaba la mortalidad a corto plazo. Era mejor entonces –estadísticamente- ser capaz de engordar en los periodos de acceso a la nutrición. Imbricada también con la fertilidad, de lo profundo de nuestra memoria biológica surge además una apreciación por la voluptuosidad de las mujeres de carnes abundantes, y la potencia de los hombres robustos.

Fig.1 Considerados el epítome de la virilidad y la potencia, los luchadores Sumo (sumotori) disfrutan de la reverencia y la admiración de todo Japón. En esta foto, el formidable yokosuna -gran campeón- Asashoryu de Mongolia.


La paupérrima salud de las poblaciones pobres, y la suspensión del ciclo menstrual en muchachas muy magras, además del obvio enflaquecimiento que generan varias patologías (tuberculosis, cáncer, inmunodeficiencia, etc.), refuerza esta inconsciente satisfacción por una anatomía rellena. Incluso, una de las primeras recomendaciones para los acupunturistas en la Medicina Tradicional China era considerar si el paciente era rico o pobre, ya que los primeros sufrían enfermedades por exceso energético (plenitud), mientras que los infortunados tendían a sufrir patologías por deficiencia energética (vacío), las cuales deben tratarse de manera diferente. En mi consideración, la epidemia de diabesidad moderna tiene fundamentos metabólicos determinados por genes concretos -que conferían una ventaja evolutiva en eras de carestía- tanto como factores culturales inconscientes (ver Figuras. 1-3) y factores epigenéticos. Estos últimos son más cualitativos (qué se come) que cuantitativos (cuánto se come), pero el contexto funcional no puede ser obviado: nuestros cuerpos ya no se esfuerzan como antes. Es muy probable que haya también serios desequilibrios bacterianos en el microbioma propagándose en la población humana, así como disruptores hormonales en el ambiente, complicando aún más el cuadro. Nuestra gordura no puede por tanto achacarse enteramente a la gula. Debido a la correlación entre la hiperinsulinemia e inflamación típicas de la gordura visceral (IMC > 30 m2, con circunferencia de cintura > 102 cm) con la enfermedad cardiovascular, el cáncer, las enfermedades respiratorias complicadas en neumonía, las implicaciones del exceso de peso son enormes.

Fig.2 Objeto de innumerables análisis, la "venus de Wilendorf" encarna nuestra apreciación -profundamente enraizada en el inconsciente colectivo- por la fertilidad y potencia asociadas a la abundancia del cuerpo.



Aunque nos haya conferido una ventaja reproductiva, no debe haber confusión alguna: la obesidad es una enfermedad mortal. Conviene entonces entender que su solución requiere mejores directivas que solo “comer menos y hacer más ejercicio”, aunque ambas cosas sí hacen mucha falta. Considerándola como una patología, y no una mera indulgencia alimentaria, los terapeutas deben tratar a sus pacientes obesos sin prejuicios y de manera inteligente. La causa primaria de la epidemia de obesidad implica mecanismos metabólicos profundamente ligados a la filogénesis de nuestra especie.


Para complicar más la cuestión, existe todo un mosaico de patrones neurológicos y endócrinos muy llamativos en las personas con obesidad mórbida. Entre otras, se han descrito alteraciones de las vías aferentes vago-hipotalámicas, de hormonas intestinales (polipéptido insulinotrópico dependiente de la glucosa, el péptido similar al glucagón-1, el péptido YY), e incluso factores extraperitoneales (como la red neural perirrenal) todos los cuales exacerban la obesidad. Además de dar apoyo a nuestros congéneres con obesidad mórbida, nuestra misión complementaria no es tanto dilucidar los mecanismos metabólicos responsables de la obesidad, si bien esto es atractivo desde el punto de vista teórico, sino crear soluciones sencillas, efectivas y universalmente accesibles para todos los miembros de nuestra vapuleada especie.

Fig.3 Nuestra secreta admiración por la obesidad incluye una serie de costumbres tribales, como engordar a las jóvenes y a las mujeres para hacerlas más deseables. Esta costumbre se ha documentado en Afganistán, Fidji, Jamaica, Kuwait, Mauritania, Nauru, Samoa, Sudáfrica y Tonga. En Tahití se practicaba la costumbre del ha-apon, literalmente "engordar". para acercarse al modelo de belleza y fertilidad.


El siglo XXI nos encontró en una crisis sanitaria por obesidad, pero la cultura de desaprobación por la gordura no es nada nueva. Tanto el Talmud y como los primeros escritos cristianos consideran la obesidad una falla moral: "No estés entre borrachos ni entre glotones…". (Proverbios 23:20.), "El compañero de los glotones avergüenza a su padre". (Proverbios 28:7). "Su fin es la destrucción, su dios es su vientre, y tu gloria es su vergüenza... (los glotones viven) con la mente puesta en las cosas terrenales." (Filipenses 3:19.) La condena bíblica de la gula fue formalizada por el monje Evagrius Ponticus, un influyente y áspero teólogo también conocido como "Evagrius el Solitario", en su descripción de la gula como uno de los Siete Pecados Capitales (Siglo IV). Nada menos que el Padre de la Medicina escribió: "Toda enfermedad comienza en el intestino. Todo lo que está en exceso se opone a la naturaleza. Si pudiéramos dar a cada individuo la cantidad adecuada de alimentación y ejercicio, ni demasiado ni demasiado poco, habríamos encontrado el camino más seguro hacia la salud. Que el alimento sea tu medicina y la medicina tu alimento. Es muy perjudicial para la salud ingerir más alimentos de los que la constitución puede soportar cuando, al mismo tiempo, no se hace ejercicio para eliminar este exceso. Los médicos más famosos curan cambiando la dieta y el estilo de vida de su paciente" "La corpulencia no es sólo una enfermedad, sino el presagio de otras. Los que están constitucionalmente muy gordos son más propensos a morir rápidamente que los que están delgados" (Corpus Hipocraticus).


Fig.4 Retrato de Daniel Lambert, parte de la colección de rarezas y anomalías humanas recopiladas por John Hunter (1700), exhibidas hoy en el Hunterian Museum of the Royal College of Surgeons.


Tradicionalmente, la obesidad se ha considerado a menudo un privilegio de las clases altas, y una declaración de cierta voluptuosidad, como demuestran los desnudos de Rubens, Gauguin, y mas recientemente, de Botero. Al mismo tiempo, la obesidad mórbida ha sido también objeto de parodia (Sancho Panza, Falstaff, Gargantúa y Pantagruel) así como de rareza, como en las exhibiciones de personas muy gordas como parte de las atracciones de feria. Su contribuyente primario es la continua sobresaturación de alimento, que genera hiperglucosis. Nada de esto pasó desapercibido para los sanadores del pasado, el Papiro de Ebers de hace 3.500 años, menciona tratamientos para la orina demasiado copiosa y frecuente (diabetes). Varios médicos hindúes (Charaka, Sushruta y Vagbhata) señalaron en el siglo II a.C. que las hormiguitas comunes eran atraídas por la "orina dulce".


Continuará....


Ernesto Prieto Gratacós

Laboratorio de Ingeniería Biológica



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