¿CUÁNTO PODEMOS VIVIR SIN COMER?
Actualizado: 4 ago 2021
Convirtiendo eficazmente en combustible sus reservas somáticas de grasa y proteína, una persona de 80 kilogramos –razonablemente sana- con una composición corporal hipotética de 32% de grasa, 26% de proteína muscular, 13% de tejido óseo y 29% de otros componentes, tendría a disposición unas ~366.000 calorías de reserva estructural. En reposo, sus requerimientos al comienzo del ayuno serían de 1500 a 2000 calorías diarias, si bien a medida que progresa el ayuno total y se deprime la Tasa Metabólica Basal, estos podrían caer a 1000-1200 calorías/día. El descenso de la intensidad del metabolismo basal es un fenómeno espontáneo que invariablemente se produce en el ayuno total prolongado, rápidamente evidenciado en la expansión del tiempo de apnea y el simultáneo descenso de la temperatura sublingual.

(*)Tabla de datos. El cálculo asume que el individuo en cuestión tiene un volumen de sangre aproximado de 5.68 litros, y una glucemia de 140 mg/dL al inicio técnico del ayuno (seis horas después de su última comida). Esto supone un total de 8 gramos de glucosa en sangre, mas igual cantidad en el líquido intersticial.
Para dicha reserva, podría esperarse una supervivencia teórica de unos 304 días (366.000/1200), si bien esto no sucede en realidad porque –según nuestra experiencia clínica con la caquexia- la falla multiorgánica aparece aproximadamente cuando se ha consumido un 60 - 70% de dicha reserva. Para el organismo forzado a la inanición total, es obligatorio ahorrar los depósitos de nitrógeno, en función de lo cual debe haber una utilización preferencial de la grasa. Al mismo tiempo, para dicho organismo es imperativo generar un sustrato energético adecuado que sostenga su Sistema Nervioso Central. Con respecto al nitrógeno contenido en los tejidos proteicos del cuerpo, se ha encontrado que el catabolismo de las proteínas corporales, como lo demuestra la pérdida de nitrógeno urinario, disminuye progresivamente hasta derivar el grueso de las calorías diarias indispensables por oxidación de la grasa, esto es, con una contribución muy pequeña de la proteína estructural. Sin que importe el estatus del sujeto al inicio del ayuno (IMC alto o bajo) no se ha constatado ninguna evidencia de utilización neta de carbohidratos a partir del cuarto o quinto día de ayuno (1). Este hecho se ha comprobado numerosas veces por métodos de calorimetría indirecta.
Según los datos referidos en la tabla anterior, la cobertura de las necesidades calóricas no podía alcanzarse de otro modo, ya que el total de glúcidos contenidos en el cuerpo es de -a lo sumo- 300 gramos (cuyo potencial energético es de apenas 1200 calorías), una cantidad inconsecuente de combustible cuando se compara con el recambio calórico diario. Hace mucho ya se ha establecido que en condiciones normales el cerebro consume de 100 a 145 gramos de glucosa cada 24 horas, o sea, de 400 a 570 calorías por jornada. Si, durante el ayuno total, dicha glucosa se derivara de la gluconeogénesis hepática y renal, se necesitaría catabolizar un mínimo absoluto de 130 a 145 gramos de proteína, asumiendo que todos los aminoácidos son glucogénicos (lo que no es cierto) y que hay un 100% de eficiencia en dicha conversión (que en realidad se aproxima al 57%). Cada vez que el cuerpo desarma sus proteínas para obtener energía o reciclar sus aminoácidos, se genera excreción de nitrógeno. En el caso que describimos, la utilización de proteínas corporales manifestaría una excreción de nitrógeno urinario que debería ascender a 20 o más gramos/día. Sin embargo, solo constatamos una fuga de nitrógeno de entre 3 y 6 gramos por jornada, incluso luego de varias semanas de ayuno total.
Por qué NO hay neuroglucopenia en el ayuno profundo.
La mera noción de no comer durante varios días hace recular a casi todos los médicos (y casi todas las personas comunes) debido al fantasma cultural de la neuroglucopenia o falta de glucosa en las células del cerebro. En realidad, lo que no debe faltarle al cerebro es energía, por lo que el término correcto sería algo así como neuroenergopenia. Ciertamente, el sofisticado tejido nervioso no puede vivir sin continuo aporte de energía, pero esa función la cumplen perfectamente los cuerpos cetónicos. Los antecesores Homo de nuestra inteligente especie resolvieron hace millones de años esta discrepancia energética activando la ruta de oxidación de los “cuerpos” cetónicos (acetoacetato y β-hidroxibutirato) en sustitución de la glucosa. Mediante esta adaptación bioquímica se evita la síntesis de novo de glucosa, que requiere desmantelar proteínas, ahorrando con ello gran parte el nitrógeno corporal. El cerebro homínido se pudo adaptar a la utilización de grasas, siendo estos dos sustratos, el resultado de la oxidación parcial de ácidos grasos en el hígado. Durante el ayuno profundo, en estado de atrición o autofagia, el componente nitrogenado primario en la orina es el amoníaco, siendo la urea el componente primario excretado durante el estado de normal nutrición o exofagia. Concretamente, la excreción de urea durante los ayunos prolongados se reduce a unos pocos cientos de miligramos por día, y el análisis total de los componentes urinarios revela que el amoníaco es el metabolito terminal más abundante. La necesidad de este proceso para la supervivencia es obvia, ya que la pérdida urinaria de amoníaco protege al cuerpo contra la acidosis y previene la excreción de sodio (Na+) y potasio (K+), los cationes necesarios para el mantenimiento de las condiciones bioeléctricas intracelulares y extracelulares. En efecto, la preservación de los volúmenes de líquido y el equilibrio ácido-base parece tener cierta prioridad sobre la tendencia a la protección de las reservas de nitrógeno.

