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EL BLUES DEL ETANOL

El alcohol ha sido, por siglos, una droga recreacional legal. Consumido como “lubricante” interpersonal, euforizante y/o relajante, con poderosos efectos en el Sistema Nervioso Central, las emociones y la conducta, el alcohol está asociado a las celebraciones, la felicidad, el disfrute sexual e incluso la creatividad intelectual. Si bien cantidades moderadas de alcohol tienen efectos útiles a corto plazo -tanto psíquicos como físicos- su uso exagerado o continuo crea devastadores efectos para el individuo y la sociedad. ¿Por qué es que los seres humanos tendemos a consumir sustancias psicoactivas? ¿Cómo paliar sus efectos negativos y/o liberarnos de su dependencia?

Los efectos biológicos del consumo moderado de alcohol pueden ser útiles, en particular la protección contra las eventos coronarios, pero lo más habitual es que sean perjudiciales; dañando el estómago, el hígado, el páncreas y las neuronas, en particular cuando existe avitaminosis por malnutrición. Estadísticamente, tenemos claro que la intoxicación etílica aguda está fuertemente relacionada con accidentes, lesiones, muertes, conflictos familiares, violencia doméstica y crímenes de toda clase. Al mismo tiempo, la dependencia del alcohol es un poderoso mecanismo adictivo que mantiene el consumo, así como sus consecuencias a corto y largo plazo. Hasta años recientes se consideraba que la dependencia del alcohol resultaba sencillamente de una falla del carácter, poca fuerza de voluntad, autoconmiseración, y otros defectos. Ahora se sabe que ciertas configuraciones genéticas -que determinan la capacidad enzimática de un organismo- juegan un rol decisivo en la reacción del cerebro al alcohol. Comenzar a beber se debe al azar, continuar bebiendo y desarrollar dependencia se debe al fenotipo enzimático, dependiente a su vez de la composición genética y la nutrición de la persona. Se estima que unos 2.500 millones de personas usan alcohol al presente, con casi 80 millones de personas decididamente alcohólicas. Sobre el cuerpo físico, el alcohol influye en forma de enfermedades crónicas, accidentes y lesiones, así como de consecuencias sociales. Tanto la cantidad de alcohol consumida como el patrón de consumo determinan si habrá o efectos bioquímicos en las células y órganos del cuerpo o intoxicación, y/o o dependencia del alcohol.

Algunas enfermedades, como la cirrosis hepática, son principalmente atribuibles al alcohol, mientras que otras, como el cáncer de mama, estomago, hígado y colon, sólo lo son en parte (1). El grado de contribución del alcohol a una enfermedad se expresa técnicamente como "fracciones atribuibles al alcohol" (AAF). Es posible establecer la AAF de los accidentes de tráfico, basándose en la concentración de alcohol en la sangre del conductor. Por supuesto, hay una serie de enfermedades que son totalmente atribuibles al alcohol, como las psicosis alcohólicas, el síndrome de abstinencia, la polineuropatía alcohólica, la cardiomiopatía alcohólica, la gastritis alcohólica y la cirrosis hepática alcohólica. Claramente, el etanol contribuye a la aparición de varios tipos de cáncer. Por ejemplo, el riesgo de desarrollar cáncer de labio, lengua, garganta, esófago e hígado aumenta proporcionalmente con la cantidad de alcohol consumida. En especial cuando se combina con el hábito de fumar, incluso un consumo moderado de alcohol aumenta el riesgo de cáncer de mama y pulmón. El consumo excesivo, especialmente en las sesiones “intensas” (borracheras) induce hipertensión arterial, ritmos cardíacos anormales, insuficiencia cardíaca y accidentes cerebrovasculares hemorrágicos. A niveles bajos de consumo (menos de 40 g de etanol al día) sin sesiones de consumo excesivo, el alcohol parece de hecho proteger contra las hemorragias cerebrales, al menos en las mujeres. Esto equivale a 3 vasos pequeños de vino o 1 litro de cerveza al día. Por encima de este límite, los riesgos de enfermedades cardiovasculares aumentan drásticamente.

El alcohol es la principal causa de cirrosis hepática en los países desarrollados. Sin embargo, en China e India, por ejemplo, la cirrosis hepática está causada principalmente por otros factores, como las infecciones víricas. La fracción de cirrosis hepática atribuible al alcohol oscila entre un 10% en China y un 90% en Finlandia. Es muy difícil determinar si la cirrosis de un individuo está inducida por el alcohol o por otras causas accesorias, al tiempo que una proporción considerable de muertes por cirrosis en las que no se menciona el alcohol puede ser, de hecho, atribuible al alcohol. Al parecer, el riesgo de cirrosis hepática depende principalmente del volumen de alcohol consumido, y de las ocasiones en que se bebe en exceso, pero dependen de la calidad de la nutrición (especialmente el ingreso de micronutrientes). Si bien la bebida reduce momentáneamente la inhibición y produce euforia, el etanol es un inhibidor central. En un complejo ciclo de causa-efecto, el alcohol parece contribuir a la depresión. Además, la dependencia del alcohol y otros trastornos mentales suelen ir de la mano, aunque el papel del alcohol en estos trastornos sigue sin estar claro. En todo caso, como dice mi compadre Brian Rose (London Real), es importante no usar el alcohol para enmascarar nuestros sentimientos, temores y preocupaciones, antes bien, es útil sentarse en autobservación para descubrir la causa real de estos: “Stay with your feelings.”

Consideraciones sobre alcoholismo y nutrición