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  • Foto del escritorErnesto Prieto Gratacós

ENCENDIENDO LA GRASA PARDA

Para protegernos de un enfriamiento fatal, los mamíferos tenemos depósitos estratégicos de cierta grasa productora de calor, llamada GRASA PARDA. Es gracias a esta grasa termogénica que los bebés neonatos y los cachorros toleran quedarse sin su madre durante algunas horas mientras ella se procura alimentos, que luego transformará en leche.


Lo relevante para nosotros (los humanos adultos) es que al activarse, este curioso tejido quema calorías como si fuera una hornalla… pudiendo contribuir a la pérdida de peso excesivo. En efecto, al estimularla con el frío ambiental, el ayuno prolongado y/o el ejercicio fuerte sostenido, la grasa parda comanda al resto de los depósitos de grasa corporal a que entreguen la energía en ellos almacenada.


Gracias a recientes estudios con la misma tecnología usada para detectar tumores -la Tomografía por Emisión de Positrones o PET/CT- se ha podido determinar que la grasa parda es capaz de “quemar” glucosa. Estos hallazgos ofrecen una ruta interesante para el tratamiento de la obesidad, la diabetes y, en general, el síndrome metabólico. A diferencia de la grasa blanca corriente, la grasa parda posee una proteína especial (llamada Uncoupling Protein-1 o UCP1) que transforma en calor la energía contenida en la glucosa, en lugar de producir ATP como de costumbre.


Los ancianos poseen menos grasa parda que los adolescentes, los obesos tienen menos grasa parda activa que los delgados, y los hombres menos que las mujeres… ¡pero definitivamente sí tenemos este extraño tejido termogénico! Hasta ahora se pensaba que la grasa parda existía primariamente en especies que no podían tiritar (los temblores musculares generan calor, manteniendo la temperatura corporal), pero se ha visto que no es así. Varios experimentos independientes, fácilmente replicables, han mostrado que la exposición al frío “enciende” la grasa parda, constituyendo en sí misma una técnica de rehabilitación metabólica.





Nuestros propios experimentos y mediciones en el terreno, realizados junto a los Inuit o Esquimales (mira nuestro documental CÁNCER & CIVILIZACIÓN: En Busca de la Salud Perdida), nos mostraron la eficacia de la exposición controlada al frío como promotor de adaptabilidad metabólica, fitness, competencia inmunológica y, en definitiva, robustez fisiológica. Si bien poseemos apenas unos pocos gramos de esta grasa parda en la cervical, las axilas y a los costados del cuello, la exposición al frío incrementa el metabolismo hasta en un 80%.


Se sabe que ciertos monjes tibetanos son capaces de desecar mantas empapadas en agua helada por medio de su propio calor corporal, emanado gracias al autocontrol y la respiración, en medio de un tipo especial de meditación denominada Tummo o (Fuego Interior). Existen reportes fehacientes de esta práctica, cuya explicación parece ser una intensa activación de las decenas de miles de mitocondrias en cada adipocito de la grasa parda (de hecho el color prado de esa grasa se debe precisamente a la enorme cantidad de mitocondrias que sus adipocitos poseen).


Pero no es imprescindible irse a tales extremos. En promedio, la exposición al frío moderado consume unas 80 calorías por hora. Las duchas heladas de 1 a 3 minutos, y por supuesto, la inmersión en agua bien fría encienden este ancestral programa metabólico de supervivencia. Colocar un paquete de hielo en la base de la columna cervical a la altura de C-7 (sobre el punto acupuntural Da Zhui) también activa la grasa parda. Si estás en la temporada invernal, esto puede hacerse cada día muy sencillamente, tras realizar ejercicios físicos, metiéndote en la ducha fría. Además de ahorrar calefacción, imprimirás a tu organismo un fuerte impulso neuroendócrino.


Ernesto Prieto Gratacós

Laboratorio de Ingeniería Biológica


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