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  • Foto del escritorErnesto Prieto Gratacós

INTENSIDAD DE LA EXISTENCIA

Si estás viviendo muy intensamente... durarás menos! Al inicio del siglo XX se hizo advirtió que los animales más grandes viven más tiempo, y que su tasa metabólica específica -que determina el pulso o frecuencia cardíaca- disminuye a medida que se incrementa la masa. Esto es, para todos los seres vivientes, mientras más grande es su masa menor es la intensidad del gasto metabólico (consumo de oxígeno) por centímetro cúbico de tejido vivo. La observación experimental -replicada ya infinitas veces- de que la restricciòn calórica severa (aprox- 33%) prolonga la vida, se explicaría porque en definitiva produce una importante disminución del gasto energético total y, asociado a ello, una menor producción de radicales libres del oxígeno. La doctrina del ritmo de vida (Rate of Living), esta interesante teoría sobre el envejecimiento biológico, plantea que la intensidad de las actividades físicas, intelectuales, emocionales, sexuales, etc., es inversamente proporcional a la duración de nuestras vidas. Consecuentemente, quien vive a toda prisa, con excesiva actividad y desgaste, muere antes; y quien vive lenta y apaciblemente (en términos metabólicos), vive más. La clave de la longevidad está pues en evitar el agotamiento de la Energía Vital. Las observaciones iniciales de los fisiólogos modernos hicieron evidente algo asombroso: la suma total de latidos del corazón durante la vida de cualquier vertebrado es aproximadamente la misma.

Fig.1 Aunque sus ritmos o frecuencias cardíacas son muy diferentes, el pequeño corazón de este pajarito late en total, durante los 8 años de su vida entera, el mismo número de veces que el de un galápago. Las tortugas gigantes llegan a vivir unos 170 años. Para lograrlo, su corazón tendrá que latir len-ta-men-te. En efecto, el ritmo respiratorio de los galápagos es de 4R x min (cuatro respiraciones por minuto).

Aquellos animales (como el pajarito azul de montaña) cuyos corazones laten apresuradamente, viven vidas más cortas, pues agotan rápidamente su cuota de latidos, es decir su fondo inicial o reserva primaria de energía. Por el contrario, los galápagos, emplean la suya muy despacio, prolongando así sus vidas más de un siglo. Estas enormes tortugas ecuatorianas que Charles Darwin describió en su visita a bordo del Beagle, son en verdad sumamente longevas. Es de hecho notable a simple vista la lentitud con que se mueven y respiran. Una de las observaciones que nuestro grupo ha intentado corroborar es la de la frecuencia respiratoria de los Galápagos (muy difícil de medir en el terreno) que es asombrosamente baja (4-6xmin).

La desconcertante correlación entre el tamaño del cuerpo y la tasa metabólica total puede provenir de la distribución de nutrientes. Las limitaciones de la duración de la vida y el metabolismo se encuentran en el interior del organismo es decir, son intrínsecas, y podrían ser susceptibles de manipulación biológica (Ayuno Profundo) o farmacológica. A finales del siglo pasado, los biólogos trataron de explicar por qué los animales más pequeños pasan la vida a toda velocidad y mueren jóvenes, mientras que los más grandes queman energía más lentamente y viven más tiempo. Todos hemos experimentado el latido aceleradísimo del corazón de una mascota pequeña al sostenerlo en las manos, que en el caso de un pollito registrará unas 300 pulsaciones por minuto. En cambio un caballo o un elefante, que es 10.000 veces más grande que un pollo, tiene una frecuencia cardíaca de 30 latidos por minuto. Casi todos los mamíferos expiran después de entre mil y dos mil millones de latidos, un elefante, naturalmente, tiene una vida mucho más larga que un ratoncito.

Fig.3 En 1835, Charles Darwin arribó a lo que hoy conocemos como archipiélago Galápagos a bordo del HMS Beagle, una embarcación de la Marina Real Británica, y fue allí donde finalmente observó algunos de los elementos centrales que redondearon su hipótesis de la selección natural de las especies, o más exactamente, de la presión selectiva en la Naturaleza como herramienta instrumental en la evolución de las especies. Una especie en particular que de hecho da nombre a las islas, los hermosos galápagos, llama la atención por ser increíblemente longeva.

En consonancia con esto, la escuela médica taoísta considera que, al nacer, los seres vivos heredan de sus progenitores un lote de energía congénita que no hacen sino gastar paulatinamente. La edad se cuenta pues en respiraciones, más que en años. La “energía de la esencia” o Jing Qi (se pronuncia ch’ing ch’i) es nuestro tesoro vital y debemos hacer lo posible por ahorrarla. Según esta hipótesis, una vez que se han tomado los varios centenares de millones de inhalaciones que nos permitía nuestra capacidad inicial, la energía de la esencia se agota y morimos. Emparentada con esta teoría está también la idea del desgaste o daño acumulado (wear and tear), propuesta por el biólogo Agust Weisman en 1882. La teoría del desgaste es difícil de rechazar cuando uno se mira al espejo, pero no tenemos aún una explicación molecular de cómo sucede exactamente.

Otra teoría que intenta explicar por qué las células en cultivo no podían replicarse indefinidamente –el llamado Límite de Hayflick- postulaba la existencia de relojes biológicos dentro de las células, los cuales simplemente detonaban la senescencia y la muerte tras cincuenta replicaciones celulares, cediendo paso a la teoría del acortamiento de los telómeros. En general abundan las teorías, pero el dominio práctico de la cuestión de la longevidad es todavía resbaloso. Los médicos taoístas, obsesivos expertos en la conservación del tesoro vital, encontraron un modo de solucionar este problema y prolongar la vida comiendo poco (restricción calórica), absteniéndose de eyacular y, lo más comprensible de todo, aquietando la mente –y con ello el cuerpo y su metabolismo- por medio de una forma especial de meditación, la cual nos hace respirar más lentamente.


Pulso lento, vida larga


En el más sencillo de los análisis, pareciera que la duración de la vida está determinada por dos únicas variables: La disposición genética y la intensidad del gasto energético. Nuestro laboratorio ha hecho investigaciones en el terreno con los galápagos, quelonios centenarios notables por su tremenda longevidad. Estas tímidas tortugas terrestres alcanzan grandes dimensiones y viven más del doble que los humanos. Llaman además la atención porque -desafiando la hipótesis de la mutación genética- no contraen cáncer. La teoría de que el origen del cáncer se remonta a una sola célula que aleatoriamente sufre una mutación genética, ha sido aceptada las últimas décadas. Según esta lógica, mientras más tiempo vive un organismo -ergo, mientras más veces se replican sus células- más altas son las probabilidades de que se produzcan y acumulen errores genéticos. Es útil recordar que dentro de toda especie hay una relación inversa entre la longevidad y la tasa metabólica. Uniformemente, en todo el Reino Animal, pareciera que mientras más rápidamente un individuo gasta sus “recursos asignados” o, como dirían los médicos taoístas, su cuota de energía vital, más corta será su vida. Esto equivale a decir que hay un quantum o cuota de vida prevista, y que los individuos de cada especie disponen de una cantidad limitada de suministros disponibles. ¿Por qué entonces los galápagos llegan a ser centenarios mientras que otras especies del mismo ecosistema no lo son?

Pareciera ser que el secreto está en su tasa metabólica. Los quelonios centenarios tienen una tasa metabólica muy baja, una frecuencia respiratoria muy baja, y una temperatura muy baja. Esto no solo prolonga su existencia, sino que parece protegerlos también de las enfermedades degenerativas. A pesar de los innumerables años de exposición a los radicales libres del oxígeno, las radiaciones ambientales y otros potenciales carcinógenos ambientales, los galápagos no desarrollan tumores cancerosos, todo lo cual va en dirección del apoyo de nuestra teoría de la crisis respiratoria, como evento primario del cáncer,(2) en lugar de la hipótesis de las mutaciones genéticas azarosas. A la vez, su asombrosa longevidad apunta al ratio metabólico o intensidad del vivir como hipótesis de su incremento en la longevidad máxima.

Nuestro interés por los quelonios centenarios se debe pues a su extraordinaria longevidad, claramente correlacionada con su "parsimonia" o quietud metabólica. A su muerte en 2012 el famoso galápago Solitario George o Lonesome George, último ejemplar conocido de la especie Chelonoidis nigra abingdonii pesaba unos 100 kilos y tenía mucho más de 100 años de edad. La tortuga más anciana con fecha cierta registrada alcanzó 152 años, y algunos especímenes llegan a pesar tanto como 250 kilogramos. ¿Será acaso posible desarrollar técnicas médicas que repliquen este incremento de la longevidad y la prevención del cáncer en los humanos? Para profundizar en estos fenómenos fisiológicos nuestro laboratorio de investigación establecerá un convenio de colaboración con la Estación Científica Charles Darwin. Basada en observaciones preliminares de su frecuencia respiratoria, su temperatura, su gasto calórico promedio, el análisis de sus heces fecales, etc., nuestra hipótesis inicial de trabajo es que los Galápagos han encontrado el modo de deprimir su tasa metabólica basal manteniendo además una oxigenación alta en sus órganos internos. En la instancia de sufrir una lesión a cualquier tejido interno, lo galápagos inician la misma clase de respuesta local y sistémica de reparación orgánica que los demás animales multicelulares (metazoos), pero a una velocidad de replicación celular (mitosis) que nunca supera la capacidad instalada de respiración celular (fosforilacion oxidativa mitocondrial) de sus tejidos, consiguiendo con ello prolongar su vida, sin que haya evidencia en ellos de patologías degenerativas.


* Según la hipótesis de la mutación genética, en determinado momento se produce en una célula (y solo en una) un error en la copia de una de las bases nitrogenadas que conforman el ADN, alterando así un gen. Esta alteración, conocida también como mutación puntiforme, altera fundamentalmente esa unidad de la herencia que denominamos gen, terminando por engendrar un tumor clínico al cabo de un elevado número de divisiones celulares.

** De acuerdo con nuestras propias investigaciones (publicadas a lo largo de la última década), el “momento cero” o evento primario de la carcinogénesis no es en modo alguno una fortuita mutación en un gen de una célula, antes bien es resultado de la reparación orgánica de algún tejido, cuya acelerada replicación supera la capacidad aeróbica (fosforilación oxidativa) de dicho tejido.


Ernesto Prieto Gratacós

Laboratorio de Ingeniería Biológica


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