INTENSIDAD DE LA EXISTENCIA
Actualizado: 26 oct 2022
Al inicio del siglo XX se hizo advirtió que los animales más grandes viven mas tiempo, y que la tasa metabólica específica -que determina el pulso o frecuencia cardíaca- disminuye a medida que se incrementa la masa. Esto es, para todos los seres vivientes, mientras más grande es su masa menor es la intensidad del gasto metabólico (consumo de oxígeno) por centímetro cúbico de tejido vivo. La observación experimental -replicada ya infinitas veces- de que la restricciòn calórica severa (aprox- 33%) prolonga la vida, se explicaría porque en definitiva produce una importante disminución del gasto energético total y, asociado a ello, una menor producción de radicales libres del oxígeno. La doctrina del ritmo de vida (Rate of Living), esta interesante teoría sobre el envejecimiento biológico, plantea que la intensidad de las actividades físicas, intelectuales, emocionales, sexuales, etc., es inversamente proporcional a la duración de nuestras vidas. Consecuentemente, quien vive a toda prisa, con excesiva actividad y desgaste, muere antes; y quien vive lenta y apaciblemente (en términos metabólicos), vive más. La clave de la longevidad está pues en evitar el agotamiento de la Energía Vital. Las observaciones iniciales de los fisiólogos modernos hicieron evidente algo asombroso: la suma total de latidos del corazón durante la vida de cualquier vertebrado es aproximadamente la misma.

Aquellos animales (como el pajarito azul de montaña) cuyos corazones laten apresuradamente, viven vidas más cortas, pues agotan rápidamente su cuota de latidos, es decir su fondo inicial o reserva primaria de energía. Por el contrario, los galápagos, emplean la suya muy despacio, prolongando así sus vidas más de un siglo. Estas enormes tortugas ecuatorianas que Charles Darwin describió en su visita a bordo del Beagle, son en verdad sumamente longevas. Es de hecho notable a simple vista la lentitud con que se mueven y respiran. Una de las observaciones que nuestro grupo ha intentado corroborar es la de la frecuencia respiratoria de los Galápagos (muy difícil de medir en el terreno) que es asombrosamente baja (4-6xmin).

La desconcertante correlación entre el tamaño del cuerpo y la tasa metabólica total puede provenir de la distribución de nutrientes. Las limitaciones de la duración de la vida y el metabolismo se encuentran en el interior del organismo es decir, son intrínsecas, y podrían ser susceptibles de manipulación biológica (Ayuno Profundo) o farmacológica. A finales del siglo pasado, los biólogos trataron de explicar por qué los animales más pequeños pasan la vida a toda velocidad y mueren jóvenes, mientras que los más grandes queman energía más lentamente y viven más tiempo. Todos hemos experimentado el latido aceleradísimo del corazón de una mascota pequeña al sostenerlo en las manos, que en el caso de un pollito registrará unas 300 pulsaciones por minuto. En cambio un caballo o un elefante, que es 10.000 veces más grande que un pollo, tiene una frecuencia cardíaca de 30 latidos por minuto. Casi todos los mamíferos expiran después de entre mil y dos mil millones de latidos, un elefante, naturalmente, tiene una vida mucho más larga que un ratoncito.

En consonancia con esto, la escuela médica taoísta considera que, al nacer, los seres vivos heredan de sus progenitores un lote de energía congénita que no hacen sino gastar paulatinamente. La edad se cuenta pues en respiraciones, más que en años. La “energía de la esencia” o Jing Qi (se pronuncia ch’ing ch’i) es nuestro tesoro vital y debemos hacer lo posible por ahorrarla. Según esta hipótesis, una vez que se han tomado los varios centenares de millones de inhalaciones que nos permitía nuestra capacidad inicial, la energía de la esencia se agota y morimos. Emparentada con esta teoría está también la idea del desgaste o daño acumulado (wear and tear), propuesta por el biólogo Agust Weisman en 1882. La teoría del desgaste es difícil de rechazar cuando uno se mira al espejo, pero no tenemos aún una explicación molecular de cómo sucede exactamente.
