Tras años de no entrenar, dormir mal, y comer sin tregua, mi organismo me pasó la factura. Mi dramático error consistió en "dormirme en los laureles" de pasadas victorias, como mis múltiples ayunos de 5, 7 y 14 días realizados varias veces cada año. Esto incluyó un ayuno largo de 21 días (ver foto debajo) con inmensos beneficios.
Sin plena consciencia de ello, me sumergí en el trabajo de investigación y dirección de mi laboratorio/clínica y perdí el rumbo metabólico durante seis tumultuosos años. Abajo te cuento cómo y por qué puedes no caer en mis mismos errores...
Fig.1 Final de uno de los mas largos ayunos (21 días seguidos de solo agua) en la época anterior al desastre metabólico.
El genoma del Homo sapiens, nuestro genoma, se forjó en el curso de la Evolución en medio de enormes presiones selectivas. De acuerdo con la evidencia paleontológica y antropológica, las sub-especies del genus Homo sobrevivieron rigores y frecuentes hambrunas por seis millones de años, coronados por la abrupta emergencia del ser humano conductualmente moderno unos 120,000 años atrás. Por cierto, esta tremenda forja incluyó la última glaciación (100,000-40,000 AC).[1,2] Hasta la invención de la agricultura, inicio de la Revolución Neolítica, las hordas humanas se sustentaron esencialmente de la caza y el forrajeo, entendiendo por esto último no la bucólica “recolección” de frutas y panales colgantes que sostiene la imaginación popular sino, fundamentalmente, el forrajeo de huevos de aves, partes de animales semi comidos por grandes predadores, y los escasos brotes, bayas silvestres, almendras y semillas similares que a duras penas podían encontrarse una vez por año.
Fig.2 La frecuente escasez de alimento, condiciones climáticas increíblemente hostiles y su capacidad de adaptación, transformaron a los homínidos en un ente biológico versátil, capaz de realizar extenuantes exigencias físicas y sacar provecho de ello, quedando inscriptas en sus genes estas ventajas adaptativas.
En su evolución, el genus Homo fue desarrollando la flexibilidad metabólica necesaria para tolerar la escasez de alimentos, pendulando entre dos estados fisiológicos (el de la saciedad y el de la inanición), con regímenes bioquímicos internos muy diferentes. Las actividades para procurarse el alimento: pesca, caza, forrajeo y pastoreo de ganado, entre muchas otras tareas físicas imprescindibles para la supervivencia, tienen en común -evidentemente- un alto costo energético. Es normal, para todas las especies en estado silvestre, sufrir períodos de inanición que pueden durar muchos días.
Como ha venido alertando nuestro laboratorio en los últimos 23 años, la dieta moderna está -en contraposición al régimen paleolítico- repleta de carbohidratos simples, azúcares refinados y aceites de fácil degradación oxidativa. Ello nos expone a la posibilidad de padecer condiciones degenerativas que plagan la salud. Agregado a esto, una pobre demanda física para conseguir el sustento, a menudo tan minúscula como mover nuestro dedo índice, multiplica el efecto negativo de la dieta contemporánea.[3] Diabetes mellitus, intolerancia a la glucosa, hipertensión arterial, obesidad, dislipidemias, hiperfibrinogenemia, microalbuminuria, aterosclerosis, cáncer… son solo algunas de las condiciones derivadas de la dieta post-industrial. La posibilidad de combatir enfermedades degenerativas y/o infecciosas con una dieta cetogénica estricta (ketodieta) se basa en el hecho de que dos combustibles biológicos son empleados rutinariamente por los organismos superiores. Uno (glucosa), es favorable al desarrollo del cáncer y las infecciones. El otro (cuerpos cetónicos), es claramente contrario. Así como un vehículo puede utilizar varios tipos de combustible, también el Hombre -y claramente todas las especies superiores- cuenta con el mecanismo para transformar diferentes fuentes energéticas en trabajo.
Fig.3 Ciertos autos pueden pasar de emplear gasolina común a usar Gas Natural Comprimido (GNC). Así tambien nuestro organismo puede pasar de emplear glucosa a emplear Beta-hidroxibutirato (B-hB), si entra en restricción calórica severa, o en medio de grandes esfuerzos sostenidos.
Ketosis y Glucosis: pendulando entre la saciedad y la hambruna
Conversando en la penumbra de nuestro iglú con Pierry Apilardjuk, cazador Inuit y guía de nuestras tres expediciones en Nunavut (CÁNCER & CIVILIZACIÓN), surgía frecuentemente el tema de la “dieta de los esquimales” en su relación con la ausencia de cáncer en todos los pueblos del Ártico. Cierta noche en particular, luego de dos días de infructuosa cacería de caribúes que serían nuestro sustento, Apilardjuk dijo: You, kabluna, think we had fat all the time. Truth is, usually, starvation was hunting us! [4] De esa sencilla manera, nuestro avezado guía ponía en ridículo la romántica concepción idealizada del cazador saludable, libre y feliz. Si bien es cierto que los rigores e incertidumbres de la vida paleolítica, atravesada por inanición, constantes esfuerzos, terribles traumas físicos, inclemencias climáticas y aislamiento –sobre la base de una dieta no-glucogénica y de frecuentes ayunos involuntarios- tenían el efecto colateral de no producir enfermedades degenerativas, replicar ese beneficio en el hombre de ciudad es bastante improbable.
Por lo que sabemos, en el humano adulto con función hepática indemne, aún la dieta carente por completo de carbohidratos (pero abundante) no genera cetosis. Desde el punto de vista nutricional, debemos diferenciar la dieta glucogénica (normal) de la dieta no glucogénica (mal denominada cetogénica). El hecho aislado de restringir los carbohidratos de nuestra dieta no eleva la cetonemia. Encontramos pues dos aspectos: el nutricional y el termodinámico. Para que haya cetosis, tiene que haber autofagia, y para que esto suceda debemos restringir el aporte calórico a la dieta… o incrementar el gasto calórico por encima de la ingesta. Para replicar el estado capaz de impactar positivamente sobre el cáncer se precisan dos factores: 1. Dieta no glucogénica, y 2. Restricción calórica y/o ejercicio físico intenso. ¡Este es el aspecto termodinámico!
Hacia una rehabilitación metabólica
Un modo rápido, seguro y con profundos beneficios en la salud integral, para restringir calorías y alcanzar la cetosis, consiste en la práctica voluntaria del AYUNO. La manera práctica de cuantificar el estado de cetosis es por medio del ratio cetónico, resultante del cociente entre la cetonemia y la glucemia, el cual debe ser mayor a 0,5.
Fig. 5 El cambio de regimen interno no proviene solo de sacar los carbohidratos de la dieta (arriba), si no que requiere en adición a ello, reducir seriamente el aporte calórico (lo cual no puede hacerse indefinidamente, por supuesto). Abajo, Ancel Keys midiendo a varios sujetos del experimento Minesota.
Una de las investigaciones más seriamente documentadas sobre restricción calórica fue realizada durante el año 1945 en la Universidad de Minnesota. Los 36 voluntarios del estudio, con buena condición psico-física, fueron controlados clínica y bioquímicamente durante el proceso de adelgazamiento, ajustando su dieta individualmente para que se produjera una pérdida de hasta el 25% de su masa corporal inicial. La investigación reveló valiosos datos sobre la inanición en humanos.
La restricción calórica es, por cierto, el único método validado para prolongar la vida en cualquier especie.[5] Interesantemente, en la industria avícola, cuando las gallinas ponedoras se encuentran ya viejas y obesas, disminuyen su producción y sus huevos se tornan frágiles y se rompen, se lleva a cabo una práctica llamada replume, en la cual se les restringe el alimento provocando una disminución de hasta un 35% de su peso corporal inicial. Durante el ayuno las gallinas pierden completamente su plumaje viejo, el cual brota nuevamente al ser realimentadas, recobrando sus huevos la densidad mineral normal y prolongando la vida útil del ave. Nuestra experiencia documentada con la práctica de ayuno-terapia, revela el interesante comportamiento de los sustratos energéticos durante diferentes períodos de tiempo. La ausencia de ingesta alimentaria puede sostenerse por períodos relativamente largos, en este caso 21 días, resultando perfectamente practicables los ayunos más prolongados. El cuerpo, en estado de autofagia, se vale de sus propias reservas. La indicación precisa de su duración y un adecuado control y seguimiento por personal entrenado son fundamentales.
Utilidad en la prevención del cáncer
El ayuno constituye una potente estrategia terapéutica para bloquear la tumorigénesis e inducir la reparación del organismo, pudiendo incluso replicar los efectos antimitóticos de ciertas quimioterapias, como el metrotexato, sin sus daños colaterales. Restringir el ingreso de energía por la dieta impacta específicamente las rutas de señalización (IGF-1 / PI3k / AKT / HIF-1α / mTOR), involucradas en varias conductas centrales del cáncer como la proliferación celular, la evasión de la apoptosis, y la angiogénesis.[6] La reducción de la disponibilidad de glucosa impacta el proceso de glucólisis y la ruta de la pentosa-fosfato, vías requeridas para la supervivencia y proliferación de muchas clases de células tumorales.[7] La actividad física, la utilización de glucosa por parte del tejido muscular, profundizan aún más su déficit y facilitando la transición hacia la cetosis. La combinación de ayuno y restricción calórica mejora además la oxigenación sistémica, estimulando una óptima función del Sistema Inmune, recobrando la elasticidad y funcionalidad vascular, deprime la glucemia basal, la insulinemia y la glicosilación sistémica, mejorando de forma integral al organismo... una auténtica rehabilitación metabólica.[8]
Las graficas superiores muestran las curvas de glucemia y cetonemia de varios ayunos realizados por este autor. Esta estrategia ha probado ser útil en modelos experimentales de ratón. A modo de ejemplo, este grupo de gráficas informan sobre la correlación lineal entre el IGF-1 (Factor de Crecimiento Insulínico-1) y los niveles de glucosa, y estos con el peso tumoral. También puede verse cómo, para tener impacto en el crecimiento de los tumores (para que sea realmente cetogénica, es decir, para que en verdad genere cuerpos cetónicos en sangre) la dieta NO PUEDE SER IRRESTRICTA. Esta comparación en ratones con tumores, alimentados con dietas estándar y cetogénica, con y sin restricción calórica… demuestra el impacto de la dieta RESTRICTIVA sobre el crecimiento tumoral, algo más notable con el modelo cetogénico.
En conclusión, la característica fenotípica común a los diferentes tipos de cáncer resulta ser la anulación de la respiración sucedida en las mitocondrias (fosforilación oxidativa), condicionando a la célula cancerosa a sobrevivir casi exclusivamente del aporte de glucosa y otros sustratos procesados mediante fermentación (glucólisis hipermetabólica), llevada a cabo en el citoplasma celular. En este sentido el estado de cetosis, capaz de proveer al cuerpo de los sustratos necesarios para el mantenimiento de sus procesos vitales, pero dejando desprovistos a los tejidos cancerosos de su combustible favorito, constituye una medida racional para el abordaje terapéutico y oportuno del cáncer, tanto así como para su prevención.
Ernesto Prieto Gratacós
Laboratorio de Ingeniería Biológica
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