LA VIDA EMPIEZA A LOS 40... (ng/ml).
Ya no queda duda alguna del inmenso rol que tiene la vitamina D en la morbilidad y mortalidad por coronavirus SARS COV 2, gracias a varias decenas de estudios científicos del reciente año que lo han demostrado con claridad demoledora. Sin embargo, en los primeros meses de la estampida sanitaria, mediática y política generada en torno al Covid 19, la pesquisa investigativa se orientaba más bien a dinámicas epidemiológicas como el R0 (ratio de ataque) y a factores de riesgo de tipo metabólico, incluyendo por supuesto la edad (1-7). Tan temprano como Marzo del 2020, hice público un conjunto de referencias científicas que establecían inequívocamente cómo los niveles plasmáticos insuficientes de 25(OH)D predisponen a infecciones respiratorias, en tanto que la suplementación correcta con dosis lógicas, es decir, biológicamente adecuadas, de vitamina D bajaba la morbi-mortalidad por infecciones respiratorias virales en más de 70% (8).
La vitamina D es crucial para la inmunidad en los animales superiores, y todas las células del Sistema Inmune expresan receptores para esta molécula, denominados VDR (Vitamin D Receptor). Originalmente denominada calciferol, por su rol central en la formación de los huesos a través de la movilización del calcio, esta vitamina es uno de los nutrientes inmunoesenciales de los cuales depende nuestra supervivencia. La ortodoxia médica ha sido lenta en reconocer su rol (y más lenta aún en recomendar su uso) debido a una confusión en torno a cuál debe ser la concentración adecuada de vitamina D en sangre para los humanos. Nuestra especie evolucionó originariamente en África bajo la diaria influencia solar, recibiendo luego abundantes cantidades de calciferol en la dieta al migrar a zonas más frías y/o durante la Cuarta Glaciación. En ambas situaciones, la cantidad de vitamina D en sangre es muy superior a la de la población urbana actual, permanentemente a la sombra y con aversión a la grasa animal y otras fuentes naturales de la vitamina. Si bien las concentraciones de su forma circulante -25(OH)D- más frecuentes en la población oscilan entre los 10 ng/ml y los 25 ng/ml, esto no significa que las personas dentro de dicho "rango de distribución normal" estén por ello suficientemente protegidas. Normal no es sinónimo de bueno. De acuerdo con diversas investigaciones realizadas en atletas que entrenan al aire libre, trabajadores agrícolas y guardavidas profesionales, los niveles de vitamina D en sangre con los cuales evolucionó la especie humana superan los 40 ng/ml y alcanzan su rango óptimo entre 60 y 90. Claramente, tanto en lo relativo a la madurez, como en cuanto a los niveles plasmáticos de vitamina D… ¡La vida empieza a los 40!
Está claro que la mortalidad por COVID-19 está correlacionada con la deficiencia de vitamina D, de manera directa y proporcional. Hacia Octubre del 2020 ya se establecido que más del 90% de los fallecidos por el temido coronavirus padecían groseras deficiencias de 25(OH)D, a menudo inferiores a 5 ng/ml, y que la suplementación con calcefidiol –un metabolito de dicha vitamina- reduce dramáticamente la severidad (necesidad de terapia intensiva) y mortalidad de las personas infectadas (9). Al mismo tiempo, se ha demostrado que la activación del receptor VDR expresado en las células del Sistema Inmune reduce directamente la secreción de citoquinas inflamatorias (por ejemplo IL-6) y mitiga un marcador sistémico de inflamación denominado PCR o Proteína C-Reactiva (10). Esto no me asombró en lo absoluto, dada la vasta cantidad de información científica que ya existía sobre el carácter estacional de las infecciones virales (temporada invernal de influenza) en relación con el ritmo circanual de ascenso y descenso en los niveles plasmáticos de vitamina D (11).
La “vitamina solar” como orquestadora de la respuesta inmune.
De toda nuestra armada antimicrobiana, la primera clase de glóbulos blancos en acudir al sitio de infección cuando penetra un germen patógeno son los macrófagos y células dendríticas. Estos “primeros respondedores”, células conocidas también como presentadoras de antígenos, sintetizan internamente la forma activa de la vitamina D cada vez que se enfrentan con un virus, bacteria u hongo. La importante apreciación de que unas células presentadoras de antígeno como los macrófagos y las células dendrítica[1] sean capaces de sintetizar la forma biológicamente activa de este formidable agente, la 1,25-(OH)2 D, indujo a la comprensión de que la “vitamina solar” está profundamente implicada en la respuesta inmune. Ya sea que venga de los alimentos, o sea sintetizada en la piel bajo por efecto de la luz ultravioleta, el colecalciferol es una auténtica hormona secosteroide que activa diversos mecanismos defensivos controlados por múltiples genes. A esta capacidad o influencia múltiple de un efector sobre varios genes se la conoce como efecto pleiotrópico (12). Se ha visto que la deficiencia de vitamina D, materia prima de la imprescindible 1,25-(OH)2 D, ocasiona un inmediato deterioro de la inmunidad innata (13-18).


Fig. 1 (a)(b) Macrófagos en plena digestión de un patógenos recién devorado (fagocitosis). La observación o dato inicial que conectó la vitamina D con el sistema inmunológico fue el descubrimiento de que los macrófagos y las células dendríticas son capaces de convertir internamente la vitamina D circulante en sangre a su forma biológicamente activa. Al igual que otras respuestas universalmente conservadas a lo largo de la evolución (la fiebre, por ejemplo), la síntesis intracrina de 1,25-(OH)2 D quedó establecida en los vertebrados, muchas eras geológicas atrás, como parte de su arsenal antimicrobiano.